- Introducción
Si hay un valor que mueve al ser humano, ese es el amor. Ahora bien, es un fenómeno extendido entender el amor como un recipiente vacío en el interior de cada cual que ha de ser llenado desde fuera. Al menos, eso muestra el comportamiento generalizado: vivimos esperando que lleguen a nosotros signos de amor, muestras de cariño, gestos de reconocimiento, aprobación, etc.
Pero el amor puede concebirse de otro modo: como un motor capaz de generar y renovar amor sin desgaste ni límite. Es decir, no como algo pasivo que se recibe, sino como algo activo que se crea: un acto, el de amar, que cada cual puede llevar a cabo en todo instante. La meta de este ejercicio es cultivar esta segunda acepción del amor.
- Descripción del ejercicio
-
Permanezcamos alerta ante las demandas o exigencias de afecto (atención, cuidado, cariño, aprecio, etc.) que surgen en nosotros hacia los demás. Y, siempre que nos descubramos a nosotros mismos en esa espera de amor externo (como si fuésemos una vasija vacía que pide ser suplida con dosis de amor que los otros nos dan), frenemos.
-
Démosle entonces la vuelta a la tortilla: hagámonos activos y tengamos un gesto de amor desinteresado por otro. Hacia la persona de la que estábamos requiriendo (o exigiendo), o bien a otra, no importa: lo que importa es que sustituyamos el hábito de recibir por el de dar amor. Que nuestro nuevo lema en el terreno afectivo sea algo así como: “cada vez que quiera recibir, doy”; o bien: “el amor es activo, al dar amor recibo amor”; “el amor no lo obtengo de fuera, he de fabricarlo yo mismo”; etc.
- Ejemplo
-
En cierto momento, un día como otro cualquiera siento una carencia afectiva. Ese sentimiento de soledad tan humano que a todos nos adviene de vez en cuando empieza a invadirme. Y emergen en mí pensamientos de queja: “qué solo estoy, a nadie le importo, no tengo a alguien que esté ahí para mí de forma incondicional…”; o bien: “fulano debería ser más considerado, tener más gestos de cariño…”. De pronto me descubro a mí mismo en la espera de que alguien me contacte, esté pendiente de cómo estoy, me brinde un cuidado que necesito, etc. No obtengo lo que quiero y, como consecuencia, me entristezco y decepciono.
-
Me propongo el salto del amor como pasión al amor como acción. Dejo de esperar que me den, volviéndome pasivo, y me pongo a dar. Y lo que hago es contactar yo a alguien y regalarle una muestra de cariño gratuita, porque sí, sin esperar nada a cambio: una llamada para interesarme por alguien, ofrecer mi ayuda a un vecino, un mensaje amable, etc.
- Interés del ejercicio
Este ejercicio nos permite reparar experiencialmente en que el amor capaz de colmarnos no es, al contrario de lo que solemos suponer, un amor recibido, sino un amor generado. El modo en que normalmente buscamos amor nos condena a la insatisfacción: porque no siempre hay alguien dispuesto y disponible para darnos lo que requerimos; porque ese vaso que esperamos llenar parece tener un hollo por el que todo se cuela y desaparece, dejando un sinsabor. En él nos hacemos pasivos, como si no pudiéramos por nosotros mismos generar este ingrediente que nos es tan vital. El amor como motor, en cambio, depende de uno mismo, puede uno activarlo a voluntad y permite sentir amor siempre, ya vaya éste dirigido a uno mismo o a otro, porque al ser puesto en movimiento es sentido. Es un amor creativo que emerge de uno mismo, fuente inagotable e incondicional capaz de colmar todo instante. Saltar de este modo de lo pasivo a lo activo equivale a hacerse responsable y protagonista de la propia vida afectiva: si quiero amor, lo que tengo que hacer es amar.